Quiero agradecerles a las autoridades de la Biblioteca Nacional esta invi-
tación. Debo decirles que no vengo a hablar aquí sin inquietud. Segu-ramente cada uno de los que estamos en esta sala, tiene en su vida una
historia y una relación con los libros y yo tengo la mía. Una relación que ha sidosiempre más amable, más intensa, más apasionada que con las computadoras. Y entonces venir a esta Biblioteca me ha generado una cierta inquietud, comodecía, que no ha virado –afortunadamente – a la angustia. Es más bien una preo-cupación que enmarca lo que querría decir hoy, justamente sobre la angustia.
Y como la biblioteca, en este caso la mía, aún tiene en sus estantes, algo más
que libros de psicoanálisis, me ofreció la oportunidad de elegir – para empezaresta intervención – un breve texto de un poeta que he leído en otra época asi-duamente, un texto que me permitirá por un lado situar el sesgo por el queabordaré el tema de la angustia y también me permitirá hacer mi pequeño ho-menaje a ésta Biblioteca Nacional y a Jorge Luis Borges, ya que su nombrenombra esta sala.
No será un texto de Borges el que les leeré sino uno del poeta francés Henry
Michaux, un breve texto escrito en 1930 que se llama “Un hombre apacible”.
Extendiendo las manos fuera del lecho, Pluma se extrañó de no encontrar la pared. “Bueno penso, las hormigas se la habrán comido.” se volvió a dormir. Poco tiem-
* Após contatos com nossa Comissão Editorial, em uma de suas viagens ao Brasil, em 2004, o autor
gentilmente nos enviou este texto, objeto de uma palestra proferida por ele na Biblioteca Nacional deBuenos Aires, em 25 de novembro de 2002.
** Analista-miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL), Secretario del Bureau de la
Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), practica el psicoanálisis en Buenos Aires.
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po más tarde su mujer lo tomó entre sus manos y lo sacudió: “Mira haragán, mien-tras tu dormías, nos han robado la casa”. En efecto un cielo intacto extendíase portodos los costados. “Bah, respondió aquel, es cosa hecha”. Y se volvió a dormir. Poco después se oyó un ruido. Era un tren que se les venía encima a toda velocidad. “Por lo apurado que viene, pensó, llegará seguramente antes que nosotros corra-mos”. Y se volvió a dormir. De pronto el frío lo despertó. Estaba todo bañado ensangre. Algunos trozos de su mujer yacían junto a él. “Con la sangre, pensó, siem-pre surgen infinitas contrariedades; si ese tren no hubiese pasado, quizás fuese di-choso. Pero ya ha pasado… y se volvió a dormir”. — Veamos, decía el juez – como explica ud que su mujer se haya herido al puntode haberla encontrado seccionada en ocho trozos, sin que ud, que estaba a su lado,haya podido hacer un gesto para impedirlo, y sin haberse dado cuenta de ello. Heahí el misterio. Todo el asunto reside en esto. “Sobre esa pista, no puedo ayudarlo” pensó Pluma y se volvió a dormir. — La ejecución tendrá lugar mañana. Acusado, ¿tiene ud algo que agregar?— Excúseme usted – dijo Pluma – no he seguido el desarrollo del proceso, y se vol-vió a dormir.
Pluma no es justamente un hombre angustiado, al contrario, se puede decir
que Pluma es capaz de mantenerse entregado al sueño y lejos de la angustia,aunque se le venga el mundo encima. Es cierto también que la angustia no ir-rumpe “necesariamente” en la vida de alguien porque las hormigas le coman lacasa, o porque un tren haya cortado en pedazos a su mujer… pero algo de eseestilo debería conmover a cualquiera, y en el caso del retorno invencible de Plu-ma al sueño, un poco de angustia no le vendría mal. Además hay que decir que,cuando el tren de la angustia nos arrolla, ya no se puede dormir tranquilo.
Pero ese tren de la angustia no se desencadena necesariamente por cuestio-
nes externas, por cosas dramáticas. Por cierto que la angustia está asociada ennuestro discurso común a momentos difíciles o aún trágicos para las personas. Por supuesto que los momentos cruciales en la vida de alguien pueden desen-cadenar angustia: si usted está de duelo, si se ha separado, si ha tenido un acci-dente, si las hormigas que se han comido las paredes de su casa, si vive en Bue-nos Aires… lo que es ya una manera de vivir al borde de lo traumático. podrátener momentos de angustia.
Pero los analistas, desde Freud hasta aquí, tenemos una idea de lo traumá-
tico que no necesariamente coincide con lo dramático o lo trágico. Hemos sidoenseñados por la clínica que la angustia puede irrumpir en la vida de alguien apartir de episodios mínimos, intrascendentes: un ruido, el rostro de un des-conocido, una música un domingo por la noche, el comentario inadvertido deun amigo, la mirada triste de alguien, algo casi nada nos toca levemente y a partirde allí irrumpe lo insoportable, algo incomprensible que cuando lo sufrimospodemos encontrarle ningún sentido. Quien está angustiado solo sabe que estáconcernido profundamente por ese sentimiento, que debe hacer algo con eso
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que le agarra las tripas, que le hace marchar intensamente el corazón, que le ha-ce pensar cosas insensatas, es decir que eso que llamamos angustia invade tantosu cuerpo como su pensamiento. La experiencia subjetiva de la angustia no dejaa quien la experimenta ninguna duda, aunque no sabe que sentido tiene lo quele pasa, sabe que debe hacer algo para que eso cese. La angustia es una expe-riencia de certeza en un mundo de incertidumbres y es una de las paradojas queenfrenta el sujeto moderno, ya que la incertidumbre y el riesgo de la moderni-dad lo exponen a la angustia. Hablaré brevemente de esto más adelante.
Esa certeza ya no deja dormir tranquilo, aunque al parecer nuestro “Hom-
bre apacible”, el Pluma de Michaux zafa de lo imposible de soportar al preciode que su sueño lo lleve tranquilamente, antes o después y sin preocupación,a la muerte. La angustia no es invencible, en muchos casos, como el de Plumay de tantos “dormidos” de nuestro tiempo, es una pena que no lo sea, ya quehay una angustia que despierta de la buena manera al sujeto, que lo hace salirde allí adonde un fantasma depresivo o mortífero lo ha retenido.
Estamos acostumbrados a pensar que la angustia es el efecto de rupturas, y
es cierto, pero la perspectiva del psicoanálisis nos hace ver también que la an-gustia es ella misma una experiencia de ruptura.
Es el efecto de rupturas porque la angustia hace presente la pérdida de las
referencias en las que alguien se sostiene. Por ejemplo, ser la mujer de alguien,no es solo una cuestión de afectos y pasiones, es también estar en un lazo quele da al sujeto su lugar en su mundo. La ruptura de ese lazo libidinal, pero tam-bién simbólico, que la sostenía conmueve su posición en ese mundo y desen-cadena la angustia. Al contrario para otra mujer que esperaba el amor, cuandoeste llega bajo la forma de una propuesta matrimonial insistente y decidida, esola sume en episodios de una angustia insoportable, que muestran que entrar enel lazo con un varón que implique una inscripción tal como “ser la esposa de”,es para ella, aún, insoportable. O en el caso de un joven para quien la felicidadde obtener un título profesional por el que ha trabajado con esfuerzo y ahíncodurante años, se torna bruscamente en una angustia insoportable que lo llevaa recluirse, porque ya no puede salir sin espanto de su biblioteca llena de suslibros, nos permite verificar que para él lo esencial no era ese título sino “serel estudiante que va detrás del título”.
El agujero del que surge lo que provoca la angustia es un agujero en las re-
ferencias simbólicas del sujeto, y es por ese agujero que entra un padecimientoenorme. Se ve porqué la angustia es efecto de rupturas. Pero también la an-gustia, como decía hace un rato, es ella misma una ruptura y en esos casos esuna “buena” angustia. Aunque les recomiendo no decirle nunca a un sujeto an-gustiado que eso que no puede soportar es algo que le viene bien. Sería una im-
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prudencia y una crueldad, ya que quien está angustiado sufre y hay que en-contrar el modo de moderar, de dosificar, de enmarcar ese sufrimiento.
¿Pero qué sería una buena angustia?… una buena angustia sería por ejemplo
la que experimenta alguien que se halla tomado por una identificación que losujeta en un lazo alienante, por ejemplo un lazo que lo hace ser una victima, yque salir de ese lazo le es imposible justamente porque fuera de esa identifica-ción parece para él no haber nada. Esa angustia sería bienvenida si el sujeto pu-diera ser ayudado a atravesarla, es decir si fuera ayudado a soportar que puedehaber par él otro lugar que el de una víctima.
Cuando escribía esto, esta mañana me daba cuenta que al plantear estos
ejemplos ya les estoy contando lo que pensamos los analistas de la angustia. Yademás les estoy indicando como pensamos que debería orientarse su tratami-ento. Pensamos que la angustia no es sin una causa, y que la irrupción de esacausa conmueve el mundo subjetivo, y que cuando el sinsentido de ese padecerpuede enlazarse a un sentido – aunque sea precario – la angustia se reduce. Loque los analistas lacanianos llamamos el Otro con mayúsculas, puede descargaral sujeto del pathos de su angustia y debe hacerlo. Esa operación muestra el pa-saje en la práctica de la angustia desbordada al síntoma. Me explico diciendolesque la angustia no es el miedo. El miedo por ejemplo, en lo que llamamos lasfobias, tiene un objeto definido, un perro, el vecino de al lado, un botón, o cual-quier otra cosa, pero el miedo tiene la ventaja de que si me mantengo lejos deese objeto, ya no temo. Freud ilustró con el ejemplo de un niño pequeño estadiferencia y el pasaje que va de una angustia desbordada, que impide al niño to-do movimiento cuando lo asalta, al miedo, un miedo nuevo a los caballos. Lo-calizado el miedo en ese objeto, el niño puede comenzar a trazar las fronteras,los límites, que necesita para calmarse con un ejercicio de dominio. Caballoscerca, caballos lejos, miedo si, miedo no. A partir de allí, un sentido que en esecaso se enlazaba al complejo paterno permitió tratar la fobia adecuadamente.
Esa orientación no ha cambiado en el tratamiento de la angustia, es una ori-
entación que va del fuera de sentido de la angustia al sentido de los síntomas.
El nombre de esta mesa redonda es “Seudónimos de la angustia”, Es un
nombre que me parece afortunado ya que alude, según me parece, como el seu-dónimo, tanto al nombre falso como al ocultamiento de una verdad.
El tratamiento que se haga de la angustia dependerá, es obvio, de la con-
cepción que tengamos de ella y la popularidad de los nuevos nombres, como
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el panic attack, tiene su importancia. Aunque no tiene para mi ningún interésdiscutir si habrá que hablar de ataque de angustia más que ataque de pánico, hayque ver que lo que hoy se llama, a partir del DSM IV, ataque de pánico, está des-cripto por la nosología psiquiátrica de fin de siglo XIX, con una precisión im-pecable. Ese no es el problema, el problema no es de denominación, el proble-ma es más general y es que la clínica cambia. Es un hecho que la clínica cambiay que la presentación de los pacientes cambia. Lo qué vemos como correlatodel desfallecimiento del Padre y del fortalecimiento de los imperativos deaquello que los analistas llamamos Superyó, muestran un desvanecimiento dela responsabilidad del sujeto respecto de lo que le ocurre, de lo que padece yde lo que goza. Nuestra época padece de un desvanecimiento de la responsabi-lidad del sujeto respecto de las consecuencias de sus actos, en tantos que estosactos están determinados por sus modos de satisfacción.
Ese desfallecimiento del Padre, usteds pueden entender que me refiero al
desvanecimiento justamente de las referencias más fuertes de la cultura, tienecomo correlato clínico un arco que podríamos hacer extender entre la angustiaen un extremo y la depresión en el otro.
Podemos enumerar: • la caída de la culpa como respuesta subjetiva. La ley – desde la vieja ley mo-
ral – hasta la ley del Padre, causa y razón de la culpabilidad están hoy encuestión, es decir que su estatuto de ficción ha quedado en evidencia. Lavieja alternativa que se le planteaba al personaje de Dostoyevsky frente ala muerte del Padre si el Padre ha muerto todo está permitido o todo está pro-hibido, está resuelta aquí a la vuelta de la esquina. El cinismo del goce decada quien es la norma. La caída de los ideales denunciados como sem-blantes deja paso al ascenso de la angustia. El ascenso de la angustia al zenitde la civilización es una anticipación de J. Lacan respecto de nuestro tiem-po. El ascenso de la angustia de la que venimos hablando y que irrumpe sinmediación, como un encuentro súbito que da todo un abanico en el quese incluyen los hoy tan populares ataques de pánico. Como lo decía haceun momento, el ataque de pánico tiene de actual el mismo estatuto de loactual que tienen, a mi juicio, las neurosis actuales freudianas. Irrupciónde angustia sin ligadura, sin “procesamiento psíquico” como lo denomina-ba Freud. El ascenso de la angustia encuentra sus respuestas en:
• El empuje a la manía. Se puede decir que la manía es llevada a constituirse
en estilo de vida del sujeto de la modernidad ¿el síntoma llamado del stress,no es acaso una de su consecuencias? A veces, más allá del peso de los Idea-les, el sujeto va lanzado tras su objeto de goce – llamado vulgarmente obje-to de de consumo – en una febrilidad maníaca que guarda en sí el riesgo de
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la consumición del sujeto mismo. Es lo que se realiza en la manía, cuandoésta está enlazada a la psicosis, y que en su actividad gozosa toca ese ex-tremo que constituye el agotamiento del deseo. Este empuje a una formamaníaca de vivir es por cierto funcional a la modernidad y alcanza sin dudaformas de idiotización en la acción.
• El ascenso de la angustia encuentra también una respuesta en la urgenciadel no pensar, la urgencia de pasar al acto, que implica todas las formas delactuar en desmedro del decir, que van desde la toxicomanía a las variadasbulimias, anorexias, y que llamamos justamente patologías del acto. En es-pecial en las toxicomanías podemos encontrar la misma relación a la an-gustia que nuestro amigo Pluma, aunque aparentemente Pluma no nece-sitaba meterse ninguna sustancia en el cuerpo.
• Tenemos también la increencia en el síntoma, la increencia en el viejo
síntoma analítico. Eso significa que el sujeto no cree que su padecimientoquiera decir algo, y eso deja al síntoma intocable en su repetición de lomismo, y anula su dimensión de mensaje y de lazo con el Otro.
• Y por último la inercia de la depresión que es el paradigma de una huelga,
a veces por tiempo indeterminado, respecto del saber, del deseo y de lo vivo.
Los analistas vemos en estas nuevas formas clínicas un desafío y un límite.
Todas ellas son formas en que los sujetos rechazan saber sobre aquello que losmueve en la vida. Pero los psicoanalistas también vemos la fisura por donde re-novar nuestra apuesta. Pensamos que vale la pena lograr que el sujeto afrontelo que rechaza con mayor encarnizamiento, que descubra la ley a la que está su-jeto y pueda hacer con eso otra cosa.
Para terminar, vuelvo a la angustia. Vuelvo a la angustia para señalar que ella
es para el sujeto un índice mayor de particularidad. Un índice de esa condiciónen la que a todos nos igualan el desasosiego y la soledad que evoca nuestra po-sición frente a la muerte. Frente a ese índice, frente a esa señal – de lo que lospsicoanalistas lacanianos llamamos lo Real – y que la angustia corporiza, pode-mos: construirnos un caballo como el pequeño paciente de Freud y aprendera montarlo es decir tratarlo en un psicoanálisis antes de dejarlo ir, antes de pasara otra cosa; podemos empastarnos como el toxicómano que encuentra en el tó-xico una pareja mortífera. Podemos tomar Prozac o psicofármacos recetados,lo que nos hará toxicómanos felices y legalizados; y también podemos, comoPluma, volvernos a dormir. O podemos intentar por la vía que encontremos,responsabilizarnos de eso que nos despierta, más allá del seudónimo que nosofrece el discurso social y la época, para inventar un nombre digno y singularpara esa certeza que nos angustia a cada uno.
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