Ponencias del acto “Contigo somos + Paz” (18 noviembre 2007) 1.- Federico Mayor Zaragoza: cada ser humano es la solución
2.- Antonio Garrigues: debemos estar en posesión de la bondad, no de la verdad
3.- Alex Rovira: ¿por qué ser budistas si podemos ser Buda, por qué ser cristianos si podemos ser Cristo? 4.- Antonio Malagón: los niños necesitan que apoyemos su potencial 5.- Jorge Carvajal: los frutos de la paz son la libertad y la alegría 6.- Ramiro Calle: meditar permite aflorar la sabiduría y la cordura
7.- Hmna. Jayanti: la paz es el aprecio y la posibilidad de trabajar juntos
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Mayor Zaragoza: cada ser humano es la solución Buenos días a todos. Contigo somos más paz. Eso indica que, a partir de ese momento, cada uno de los que estamos aquí no somos espectadores, no estamos viendo lo que nos dicen, sino que nos damos cuenta de que debemos convertirnos cada uno en embajadores, en mensajeros, en heraldos de la paz, de una nueva actitud: de sustituir permanentemente la fuerza por la palabra, el músculo por la conversación, por el encuentro. “La paz sea contigo”, es un saludo secular. “Shalom”, “Salam”…, en todas las lenguas, la paz. Y, sin embargo, a continuación, normalmente, se utiliza la fuerza y la imposición. Por eso, si contigo somos más paz, a partir de ahora cada uno tiene que decir esta frase, trasladar este mensaje a los demás: contigo somos más paz. Es bellísimo que en castellano –y en otras lenguas; también en catalán-, nosotros implica a los otros. A partir de ahora, nosotros tendremos siempre en cuenta a los otros, a los demás; formarán parte de nuestra visión de vida cotidiana. Al levantarnos, pensaremos en los demás, y pensaremos sobre todo en los más vulnerables; y pensaremos sobre todo en los más frágiles, en los más necesitados, en los más solos, en los más tristes, en los más desposeídos. Es tiempo de acción. Es una convicción que -en los últimos años sobre todo- viene ocupando buena parte de mis actividades: la llamada de apremio, el decir que mañana puede ser tarde. Estamos llegando a puntos de no retorno en muchos aspectos, en muchos fenómenos sociales. Miren ustedes: el resultado de estas disparidades sociales ha llevado a estos caldos de cultivo de gente que, viviendo en tales condiciones, al final se radicaliza, a veces; a veces se juega la vida por llegar a las costas de la abundancia; a veces tienen tentaciones de utilizar la fuerza y la violencia. Es tiempo de acción; tiempo de poner en práctica muchos diagnósticos que ya se han hecho. Ya tenemos buenos diagnósticos. Ahora lo que hace falta es que el tratamiento a este diagnóstico no se demore, no se aplace. Estamos ante una auténtica ética del tiempo.
El tiempo como una dimensión ética. No podemos aplazar, no podemos posponer la utilización de aquellos recursos que ya tengamos, de aquellos tratamientos de que dispongamos a nuestro alcance para procurar prevenir o mitigar el sufrimiento humano.
Tradicionalmente se ha dicho “si quieres la paz, prepara la guerra”, “Si vis pacem, para bellum” y esto ha sido utilizado durante siglos; “si quieres la paz prepara la guerra”. Y, claro, ¿qué hemos hecho?, pues aquello para lo que estamos preparados. Si nos hemos preparado para la guerra, hacemos la guerra. A ver ya si de una vez, a partir de ahora, ya decimos “si quieres la paz, ayuda a construirla con tu comportamiento cotidiano”. Con tu comportamiento cotidiano. Y no digas lo de siempre: “yo qué puedo hacer, no puedo hacer nada, vamos a ver que hacen, a ver qué dicen… yo qué puedo hacer, soy tan poca cosa, puedo hacer tan poco…”. Una de las frases que más me impresionó hace años fue ésta de Burke que nos dice: “qué pena que por pensar que pueden hacer poco, haya tantos que no hacen nada”. Pues bien, a partir de ahora nos tenemos que dar cuenta de que cada uno, cada uno, un pequeño paso, un pequeño grano de arena, una pequeña semilla… Tenemos que sembrar permanentemente a partir de ahora la paz en nosotros mismos y la paz alrededor nuestro. Sabiendo una cosa muy clara: que muchas de estas semillas seguramente no las veremos germinar, no veremos si fructificaron o no, pero
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sabiendo -y yo insisto mucho en esto-, sabiendo que hay sólo un fruto que nadie recogerá: el de las semillas que no haya tenido el coraje de plantar. Tenemos por tanto que esparcir a nuestro alrededor este sentimiento de que todos, todos, a nuestro alcance, tenemos que procurar ir sustituyendo la fuerza por la palabra, por la conversación, hablando se entiende la gente. Hablando se entiende la gente. No seamos más espectadores. No digamos “mi luz no es necesaria, mi luz es muy escasa, es una luz mortecina…”, no sabemos si quizá ésta era la luz, precisamente, que hacía falta para que muchos alcancen a ver, muchos alcancen a darse cuenta de cosas, con estos pequeños destellos, que no se habían dado cuenta hasta ahora. He dicho muchas veces cuánto me impresionó ser testigo un día en Calcuta, con la Madre Teresa, cuando un famoso escritor le dijo: “mire, he procurado reunir una serie de medios, de dinero, para su obra, Madre Teresa; pero mire, ha sido muy poco lo que al final he conseguido –dijo- es como una gota en el océano”. Y la Madre Teresa, rápidamente dijo: “si esta gota no existiera, el océano la echaría de menos”. Tenemos que darnos cuenta, por tanto, de que no podemos permanecer callados, distraídos. Nos tienen distraídos, nos pasamos la vida recibiendo información. Y la información es lo extraordinario, lo insólito, es lo que acontece de forma rara; y tenemos que ver todo aquello que no vemos a través de los medios de información delante de la televisión, delante del ordenador, delante del juego electrónico… delante del teléfono… nos pasamos la vida dirigidos por la pantalla. ¿Tenemos tiempo para pensar? ¿Tenemos tiempo, primero, para saber nuestro hondo pozo personal, para asomarnos a él, saber cuál es nuestra respuesta hoy a estas preguntas esenciales de quién soy, qué será de mí? ¿Sabemos ir con la mano tendida en lugar de con la mano alzada? Ya está bien de manos alzadas. Ya está bien durante siglos la mano alzada, la amenaza, la imposición, la fuerza. Ahora tenemos que ser actores; actores de nuestra vida, no espectadores; actores, actores participativos; sabiendo que nuestra palabra es fundamental. No podemos hablar de democracia sólo siendo contados de vez en cuando. Esto está muy bien, esto es una democracia, vamos y nos cuentan, tantos a favor, tantos en contra…está muy bien, lo mismo que las encuestas de opinión, pero también insisto en que democracia no es que te cuenten, es contar, es ser tenido en cuenta; democracia significa la voz del pueblo. Y, por tanto, lo que tenemos que hacer es no permanecer silenciosos, no permanecer de espectadores resignados; no tenemos que ser súbditos, tenemos que ser ciudadanos que participan, ciudadanos que pacíficamente expresan su disentimiento o su asentimiento, y que saben que la paz viene precisamente de democracias en las cuales impera la justicia, la libertad, la igualdad y la solidaridad. Estos son los principios que en el año 1945, después de una guerra tremenda, cuando pensaron en el sistema de las Naciones Unidas, Roosevelt y sus colaboradores pensaron: “tenemos que insertar, como lo que guía a los pueblos, estos derechos fundamentales, estos deberes esenciales”. La justicia, en primer lugar. No podemos pensar en un mundo de injusticias, donde hay unos pocos privilegiados y otros, la mayoría, la inmensa mayoría, que a veces tiene que dar su vida por causas que desconoce o que son totalmente contrarias a aspectos que ellos mismos defenderían. Cada ser humano es la solución, cada uno, porque cada ser humano es un auténtico monumento; es un misterio, quizá un milagro. Qué maravilla que cada ser humano es capaz de pensar –si tiene tiempo para ello-; es capaz de crear, es capaz de inventar, es capaz de imaginar.
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Esto es una desmesura que es nuestra esperanza porque esto hace que cada ser humano pueda actuar de manera totalmente inesperada. Y lo inesperado es nuestra esperanza. Hoy los bioquímicos como hemos descubierto el lenguaje de la vida ya podemos decir cómo se va a comportar cualquier ser vivo. Con una excepción, los seres humanos. Porque los seres humanos tienen esta facultad instintiva de crear, de inventar, y por tanto tenemos la esperanza de que podemos hacer frente a todos los desafíos y superar todos los problemas. Pero tenemos que estar todos -¿Quién sino todos?-. Es la respuesta que ha dado este gran poeta, Miquel Martí i Pol: Quién sino todos para hacer que los imposibles de hoy sean posibles mañana. La verdad incómoda que nos ha transmitido Al Gore en relación al medio ambiente tiene ahora que ir acompañada -y lo tenemos que hacer urgentemente- de una verdad más incómoda todavía: la de la gente, la de cómo vive la gente, cómo malvive la gente en la mayor parte del mundo. Y si nosotros realmente queremos convivir, vivir con los demás; si realmente compadecemos, es decir padecemos con los demás, tenemos que compartir mucho mejor nuestros bienes; partir con. Si queremos convivir, además de que algunos se desviven por los demás, el conjunto de la sociedad hoy tiene un papel muy importante en apremiar y dar ejemplo ellos mismos de compartir de partir con, de saber dar a los demás. Lo primero que tenemos que tener para compartir es partir de esta paz que da el no sólo dar sino darse a los demás. Contigo somos más paz: tenemos pues que pasar rápidamente desde una cultura de imposición, de violencia, desde una cultura de guerra a una cultura de diálogo, de conversación, de conciliación y de paz. Tenemos que pensar algo que es muy importante: la pobreza material de una gran parte hoy de la humanidad se debe a la pobreza espiritual del sector más privilegiado de la sociedad actual. Tenemos por tanto que dar este mensaje; este mensaje de una gran transición, de una gran transformación, de la transformación desde la fuerza a la palabra. Qué bien si lográramos, siendo todos mensajeros de paz, hacer que, en muy poco tiempo, el siglo XXI empezara a ser el siglo de la gente. Muchas gracias.
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Antonio Garrigues: debemos estar en posesión de la bondad, no de la verdad Hay que ver lo bien lo bien que hablan Luis Paniagua y Julio García, hay que ver qué bien dicen las cosas con la música. Uno tiene cierto reparo a utilizar la palabra después de escucharles, porque se les entiende todo: se entiende lo bueno que es ser pacífico, lo bueno que es ser bueno, lo bueno que es entender al otro. Hace algún tiempo yo tenía que intervenir en un acto similar de Fundación Ananta, también sobre la paz. (Ya quiero advertirles una cosa: como a Joaquín Tamames y a Fundación Ananta se les meta en la cabeza que haya paz, habrá paz. La constancia y la paciencia, a veces pesadísima, con la que luchan por la paz, es algo realmente admirable). Yo dije en aquél entonces –y lo digo porque voy a decir cosas un poco distintas y no quiero que nadie piense que no he venido a hablar de la paz-: La paz es la luz y la verdad. La guerra es la oscuridad y la mentira. El derecho a la paz es el derecho humano más importante, y la guerra es la necedad humana más intolerable. Todos tenemos por ello que ser agentes de paz. No podemos sentirnos insignificantes, ni incapaces, ni incompetentes. Somos todo lo contrario. Si cada uno hace lo que tiene que hacer a favor de la paz, habrá paz por más que la violencia esté impregnando siempre nuestros cerebros. Aceptemos esta idea. Si se nos pide un solo minuto, hagamos que ese minuto no se acabe nunca. Fabriquemos entre todos un minuto flexible y eterno, porque vamos a necesitar mucho tiempo y mucho esfuerzo. Corregir la situación actual puede parecernos imposible y de verdad que lo es, pero de eso se trata, precisamente de hacer lo imposible. Menos que eso es no hacer nada. Los niños que mueren en la guerra tienen que levantarse y seguir jugando; tienen derecho a la vida y a la paz. Y los pobres tienen un derecho absoluto a dejar de serlo. Y los emigrantes tienen derecho a no emigrar forzosamente, a quedarse en su país con dignidad y con alimentos. Pero si no se les reconoce ese derecho, tienen entonces un derecho absoluto a emigrar, y nosotros la obligación absoluta de recogerles y aceptarles con la mayor generosidad. No podemos olvidar tantas cosas, no podemos ignorar tanta verdad. No podemos ser necios, no lo somos, no tenemos derecho a serlo.
Eso son unas palabras que preparé para aquel día; hoy quería decirles que ha llegado el momento de reflexionar sobre la condición humana; y yo comprendo que inevitablemente, cuando se habla de estos conceptos tan importantes, las palabras tienden a ser muy grandilocuentes, pero a lo mejor llega el momento de pensar en algo muy importante.
Hay un filósofo francés que dice ahora una frase que me ha parecido muy seria. En esta época, para poder pensar, lo primero que debemos pensar es si podemos pensar de forma distinta a como pensamos. Merece la pena que lo estudiemos. Porque a veces lo que nos cuesta es pensar de forma distinta a como pensamos. Tenemos una inercia mental que no nos deja volver atrás. Tendría que ver algo con que somos humanos, y el ser humano es imperfecto, y siempre será imperfecto. Cristo decía, y lo reiteraba, siempre habrá ricos y pobres. Siempre habrá guerra y siempre habrá paz. Lo que no podemos aceptar es el “No valemos para nada”, es cierto que somos humanos, y si valoramos lo que hemos hecho hasta ahora, hemos hecho poco, hemos hecho muy poco. El otro día tuvimos una reunión sobre la corrupción en el mundo. ¿Estamos mejorando en corrupción en
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el mundo? No, estamos empeorando. Claramente empeorando; en el mundo hay cada vez más corrupción, en todos los niveles y en todos los sentidos. También estuve en una reunión con colombianos viendo el tema de la droga. ¿Estamos mejorando contra la droga? No, cada vez hay más droga, más tipos de drogas, y más canales y sistemas de distribución de drogas. ¿Podemos tener el menor sentimiento de orgullo como humanos? Ninguno. Sigue habiendo tantas guerras como siempre. A veces son visibles, a veces son silenciosas, a veces no sabemos ni siquiera que existen. Hay guerras de verdad en estos momentos en el mundo que mucha gente no sabe ni que existen. ¿Merecemos un aplauso como humanidad? Claro es que no. No estamos mejorando prácticamente nada, estamos empeorando. Estamos generando sistemas cada vez más violentos de competencia; estamos viendo en España estos días una guerra de fascistas contra antifascistas; de defensores de la inmigración contra enemigos de la inmigración. Estamos viviendo un clima político polarizado, descalificatorio, permanentemente insultante, que obviamente no puede ayudar a nada. Y lo toleramos, y toleramos la demagogia, y nos están inundando de demagogia hasta más no poder. Pero somos humanos, y como tales tenemos derecho a la utopía, tenemos derecho a decirnos “estas cosas van a ir a mejor”. ¿Estas cosas pueden ir a mejor? Habrá que responder que sí; pero antes, habrá que tener un cuidado infinito, porque hasta ahora no lo hemos logrado. Y hay muchísima gente de buena voluntad, pero no acabamos de asumir las obligaciones que tenemos que asumir. La primera obligación en un mundo global es que nuestra mente sea global. No podemos encerrarnos en nuestro pequeño mundillo. Los franceses son franceses, los españoles, españoles; los europeos en conjunto son eurocentricos, nada más que piensan en Europa. Los americanos nada más que piensan en América. Nuestra mente tiene que ser global y tenemos que entender lo que hay en el mundo, y tenemos que ver a Africa, y tenemos que saber dónde está Australia, y tenemos que saber dónde están los países del eje del Pacífico y Latinoamérica, y tenemos que verlo, eso es lo que nos pide el hecho de la globalización. Si nos encerramos en nuestros pequeños problemas, no veremos nunca nada. Nuestra mente tiene que ser global. La segunda obligación es tener optimismo. Yo comprendo que cuando uno mira su vida y quiere ser pesimista, lo tiene tirado. Todos nosotros, cualquiera, tiene derecho a hacerse una lista perfecta de razones por las cuales podía ser pesimista, pero el pesimismo es una necedad y el optimismo es una obligación, y lo que se nos pide -como todo: como trabajadores, como líderes, como empresarios, como padres, como hijos- es ser optimistas. Yo no sé por qué, de repente, parece como si el pesimismo fuera lo elegante y lo vital. Y, por fin, tenemos que ser éticos. Ser éticos es complicadísimo. Si la gente dice que la bondad y la eticidad son simples, se equivoca. De pronto apareció un inglés que dijo la cosa más simple: “Ser ético es hacer lo que hay que hacer y no hacer lo que no hay que hacer”, aunque parezca una simplicidad, no lo es. Todos sabemos lo que hay que hacer y lo que no hay que hacer. Sabemos exactamente en cualquier momento de nuestra vida si estamos haciendo lo que tenemos que hacer. Eso es ser fundamentalmente ético. No es solamente cumplir la ley; la eticidad está mucho más lejos y mucho más fuera. Ese tipo de obligaciones son las que tenemos que asumir. Eso es lo que nos pide la condición humana.
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Pero no podemos estar convencidos de que vamos a poder con todas las guerras. La guerra contra la guerra es una guerra casi imposible. Y sabemos que habrá siempre guerras El ser humano tiene una parte conectada con la violencia; una reserva mental en el cerebro en favor de la guerra, para proteger aquellas cosas que tiene que proteger. La madre sabe que tiene una reserva importantísima de violencia para proteger a su hijo o a su hija de cualquier mal. Todos la tenemos. El problema es cómo utilizarla, cómo unirnos en ese tipo de planteamientos. Nuestra obligación es inmensa, y todos somos conscientes de que cuando nosotros mismos mejoramos, estamos mejorando todo alrededor; que nuestro optimismo contagia y lo sabemos. Vamos a dejar de obsesionarnos con la verdad. Vamos a dejar de obsesionarnos con poseer la verdad; no hay nada más horroroso que poseer la verdad. Lo que tenemos que poseer es la bondad. Es una forma de hacer la verdad efectivamente, pero no obsesionarnos con la verdad. Yo no puedo ya más con las concepciones dogmáticas de la vida. Cuando el Islam proclama “yo soy la única religión”, cuando el catolicismo clama “yo soy la única religión verdadera”, cuando el budismo clama “yo soy la única religión verdadera” –que por cierto, no lo es- todos tenemos que ser conscientes de que nuestra religión es la verdadera, claro que el catolicismo es la religión verdadera, pero no puede ser la única verdadera. No puede ser que en este mundo lleno, de 6.000 millones de personas, una religión una sea la única verdadera. No puede ser. Todas las religiones que tenemos en el mundo, todas sin excepción, son verdaderas. Si aceptamos ese tema y lo llevamos a todas las demás cosas, y en vez de obsesionarnos con la verdad, nos inundamos de bondad, empezaremos a encontrar paz. Hoy hemos escuchado temas como la educación escolar y otros de gente que sabe mucho. Federico Mayor, por ejemplo, es una de esas personas que tiene una mente global. No es que sea su mente, es que ha dirigido una organización global y sabe de qué habla cuando habla de las cosas. Tenemos todos que instalarnos en el antidogmatismo, en el respeto al otro, en la obligación de escuchar, eso sería un poco la nueva educación que tenemos que incorporar a todos los colegios. Si hiciéramos eso, daríamos un paso importante en el camino de la paz. Me imagino que no he clarificado ningún problema sino que he incrementado el nivel de confusión, pero eso es lo que quería.
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Alex Rovira: ¿por qué ser budistas si podemos ser Buda, por qué ser cristianos si podemos ser Cristo?
Muy buenos días, señoras y señores, amigas y amigos; gracias, Joaquín Tamames por la invitación. La verdad es que es un lujo, un privilegio, un placer; siento una inmensa gratitud por poder compartir este tiempo y este espacio con ustedes. Porque, al final, compartir un tiempo y un espacio es compartir vida; compartir momentos de vida. Decíamos, decía don Federico Mayor Zaragoza, “Contigo somos más paz”. Eso es lo que nos convoca a través de Fundación Ananta. Contigo somos más paz implica sobre todo la paz como acción. Porque la paz sin duda es serenidad, pero sobre todo es acción. Y me gustaría ligar estos dos conceptos para formular durante estos quince minutos tres ideas muy simples a partir de una experiencia personal vivida, que creo que servirá para dar la chispa de inicio a lo que queremos compartir. La vida es tiempo y estamos aquí compartiendo un tiempo y un espacio. Pienso que muchas veces dejamos lo esencial para después del funeral. Es entonces cuando nos damos cuenta de las cuestiones importantes de la vida, es entonces cuando valoramos lo que podía haber sido y no fue. Hace muy poco murió la madre del que probablemente es mi mejor amigo. Y lo hizo de una manera muy rápida, a través de un cáncer fulminante. Ocurrió algo que hoy precisamente, cuando venía en el avión, pensaba que podía introducir que la paz como acción es necesaria. Mi llamó mi amigo, se llama Manel, y me dijo “mi madre ha entrado en coma”. Pocos días antes él había hablado con ella, pero en ningún momento ni los médicos, ni él, ni sus hermanos, le habían dicho a su madre que iba a morir de cáncer. Me llamó con una profunda angustia; me dijo “ya no le puedo decir… creo que le tenía que haber dicho… no estoy en paz… y por el miedo a decirle algo… yo creo que ella lo sabía, nosotros lo sabíamos, el médico lo sabía, y la verdad no apareció”. Nos fuimos a comer, estuvimos hablando… Yo le dije: “Manel, aunque tu madre aparentemente no te escuche, dile la verdad. Dile que la amas, agradécele su presencia, dile todo cuanto sientes por ella; despídete de ella, pero díselo, ponlo sobre la mesa. Me llamó aquella tarde profundamente emocionado y me dijo que cuando él se había acercado y le había cogido la mano, su madre abrió los ojos. Entonces el se despidió, le dio las gracias por todo lo vivido, por todo lo aprendido; su madre sonrió, le dijo que le amaba, les dijo a sus hermanos que los amaba y se fue en paz. Detrás de este hecho confluyen muchos principios obvios que son obviados; nos pasará como con el aire; la paz es como el aire: nos daremos cuenta del valor que tiene cuando tengamos que pagar por respirar, para financiar políticas medioambientales. Con la paz pasa lo mismo, la valoramos cuando la perdemos. ¿Por qué quería compartir con ustedes, con vosotros, esta circunstancia? Porque allí se produjo un encuentro entre dos seres humanos donde el amor, la ternura, las palabras, a través de la acción, dieron como nacimiento una paz profunda para todas las partes. Es lo que dice Elizabeth Kübler-Ross, la considerada por muchos principal autoridad mundial en acompañamiento a enfermos terminales. Dice que antes de morir, si nos preguntan qué haríamos
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si volviéramos a vivir, damos dos respuestas. La primera, “me iría en paz con aquéllos a los que amo”. No tiene ningún sentido irse de aquí con una vanidad, con un conflicto… “Me gustaría reconciliarme con aquella persona porque siento que me falta algo”. La segunda respuesta es “me habría arriesgado más”. Por lo tanto, confluye la acción, el coraje necesario y el amor. Acción, coraje, amor. Hay muchas otras dimensiones, por supuesto. Pero el coraje quizá lo deberíamos de entender, no como la ausencia de miedo, sino como la conciencia de que hay algo por lo cual merece la pena arriesgarse, como la conciencia de que hay algo que realmente que da sentido a la vida. Víctor Frankl lo expresó como probablemente nadie, a través de su experiencia en el campo de exterminio de Auswitzch. Víctor Frankl, después de una experiencia terrible en la que murieron sus padres, su mujer y sus hermanos, cuando llegaba alguien deprimido a su consulta, él le preguntaba “y usted, ¿por qué no se suicida?”. La persona se quedaba absolutamente sorprendida y le decía “yo no me suicido porque tengo alguien a quien amar, o algo a lo que amar”. “Bien, pues entréguese a eso, esa persona, a ese proyecto”, respondía Frankl. Es lo que da sentido a la vida de una persona: la acción, la acción que encarna el amor y la consciencia. Parece ser que todos anhelamos la paz, probablemente porque todos somos esa paz; pero si la convertimos en un objeto a conseguir, difícilmente la conseguiremos. Quizá sea un ejercicio de soltar y de tomar consciencia. Antoine de Saint Exupéry dijo en cierta ocasión una frase maravillosa: “Si queremos un mundo de paz y de justicia debemos poner la inteligencia al servicio del amor”. En esta frase hay una serie de conceptos que merece la pena subrayar: mundo, paz, justicia, inteligencia, servicio y amor. Probablemente aquí está todo. Debemos desarrollar nuestra inteligencia, decía, debemos desarrollar nuestra consciencia. Raimundo Lulio decía: “La palabra es el arma más poderosa” y decía, ya hace muchos años (S. XIII), “tenemos una filosofía de la sabiduría pero nos hace falta desarrollar una filosofía del amor”. En ello estamos. Actos como el que nos convocan lo intentan y logran. Estoy convencidísimo. Desarrollar la inteligencia es desarrollar la consciencia, la palabra, la meditación, el silencio, la atención. Desarrollar la consciencia integral, la conciencia que se ancla en el presente, y desde el presente se proyecta al futuro. Decía “…poner la inteligencia al servicio…”: por supuesto servir; entregarnos, convertir el yo en un nosotros, en un yo abarcante; pensar en el futuro, pensar en nuestros hijos. Porque evidentemente el trabajo será arduo, no hay nada fácil, pero es ahí donde podemos crecer espiritualmente; no hay retos, no hay dificultades, todo son trampolines, depende de la actitud con la que lo enfoques. Porque en definitiva, la paz, como la inteligencia -como la buena suerte, si me permiten la broma-, es un lenguaje, es un tipo de inteligencia, es una actitud puramente; no viene de fuera hacia dentro; nace necesariamente de dentro hacia fuera. Y finalmente, decía Saint Exupéry, “…al servicio del amor”: a la conciencia de unidad en la dualidad. Volvamos a Víctor Frankl: la paz como acción.
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Y ¿cómo podemos hacer todo eso? ¿Cómo lo podemos hacer de una manera que pueda ser útil? Probablemente, ejerciendo esa consciencia en la elección de nuestras actitudes instante a instante. Frankl decía: “Cuando no podemos cambiar una situación el reto consiste en cambiarnos a nosotros mismos”. Ahí está: aunque nada cambié, si yo cambio, todo cambia. Ralph Waldo Emerson decía “El coraje cambia el espíritu de todo”. El cambio nace de dentro hacia fuera. El universo es mental, la psicología crea la economía; todo lo real, incluso nosotros mismos, somos el resultado del deseo y la imaginación, consciente o inconsciente, de nuestros ancestros. Todo cuanto es, cuanto nos rodea, ha sido imaginado o deseado por alguien. Si hay imaginación y hay deseo, impulsado por la fuerza del amor, hay realidad. Y sobre todo, uno de los ejercicios más útiles probablemente es ese de tomar consciencia y decidir en cada instante nuestra actitud, ante cualquier circunstancia. Y hacer de la palabra realmente el arma más poderosa. Ante el reto, ante la dificultad, no funcionamos como animales. De hecho yo creo que ni se sabe cómo funcionan los animales, porque algunos tienen un alma mucho más tierna que determinados humanos. Pero se nos ha dicho que funcionamos por estímulos y respuestas. Es falso. Entre el estímulo y la respuesta hay un espacio, un espacio para la consciencia y en ese espacio yo puedo elegir mi actitud y esa actitud puede ser positiva, generosa, proactiva, reactiva, entregada, resiliente, de gratitud… Ahí se crea la paz. Permítanme una pregunta retórica que me venía, escuchando la lucidez de algunas personas que han hablado, aquí y antes de entrar aquí. Es una provocación amable, no me malinterpreten: ¿Por qué ser budistas si podemos ser Buda, por qué ser cristianos si podemos ser Cristo? Ellos mismos nos lo planteaban, pero desde la relación asimétrica muchas veces se ha tergiversado la esencia del mensaje. Finalmente, para que la paz se encarne: consciencia, libertad para elegir nuestra actitud, acción coherente, integridad y compromiso. No puede haber caridad sin consciencia, es imposible. De la consciencia nace la comprensión; de la comprensión, el respeto; del respeto, la aceptación; del respeto y la aceptación el compromiso, del compromiso la caridad. Por tanto, lo importante es desarrollar nuestra consciencia para ponerla al servicio del amor. Por mi parte, nada más. Simplemente desearles una vida muy plena en la acción, la consciencia, la paz y el amor. Muchísimas gracias.
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Antonio Malagón: los niños necesitan que apoyemos su potencial Señoras, señores, es un honor para mí estar con todos ustedes. En primer lugar quiero agradecer a Joaquín Tamames y a la Fundación Ananta la invitación que me ha hecho para participar en este acto cívico que quiere ser una llamada a una conciencia irradiante de paz. Desde hace varios años, Fundación Ananta, desde su revista y en diversos actos públicos, viene haciendo llamadas a la sociedad, a las personas de buena voluntad, para que se conmuevan ante los tiempos que vivimos. Y personalmente me uno a este impulso. Pensando en las Naciones Unidas como símbolo de toda la humanidad, lo primero de hoy creo que nos cabe es un pensamiento para los hermanos de Bangladesh. Y también, recordar algo que me incumbe mucho como maestro -yo soy maestro de escuela-, y es que pasado mañana se celebrará, celebrará la ONU, el Día Mundial de la Infancia, porque se conmemoran los 50 años de la Declaración de los Derechos del Niño. Y todavía, y yo creo que ahora más que nunca, tenemos que ponernos en el calendario días para recordar, fechas como las mencionadas, porque no se cumplen, ni siquiera mínimamente, en la mayor parte de la tierra, los derechos de la infancia. El derecho del niño a una vida digna; el derecho a ser cuidado y protegido, el derecho a ser educado hasta su autonomía personal. Claro que se puede ver el esfuerzo enorme de un montón de personas, y de instituciones, y de organizaciones no gubernamentales, y entre ellas por supuesto la UNESCO. Y don Federico Mayor Zaragoza, que está aquí con nosotros y que intervendrá, ha sido y es testigo, porque ha sido director general de la UNESCO. Pero quiero mencionar entre estas instituciones a muchos compañeros, maestros, que desde la red de escuelas asociadas a la UNESCO se reúnen más de 12.000 escuelas de todo el mundo. Los maestros, maestros de a pie, en las escuelas de la UNESCO son promotores de una conciencia de educación para la paz, de educación para la convivencia entre culturas, y de educación. para el respeto humano. Porque promueven miles de encuentros, relaciones, cartas, correspondencia, proyectos conjuntos, visitas, entre muchos niños de todo el mundo. Y ¿con qué objetivo? Cultivar el afecto. Y para fundamentar en los corazones esta nueva competencia que nos es tan necesaria. Una nueva capacidad, la tolerancia activa, para que se convierta, por comprensión mutua y por encima de credos y colores, en sentimiento profundo de paz y de hermandad. Pues las escuelas Waldorf, a las que represento, participan en esta red de escuelas UNESCO del mundo. La pedagogía Waldorf fue creada por el filósofo-pedagogo e investigador espiritual Rudolf Steiner, en 1919, justamente al acabar la Primera Guerra Mundial. Y aportó un método de renovación educativa que, tras casi noventa años de rodaje, se imparte en cientos de escuelas en todo el mundo. Y sintoniza totalmente con estos ideales de la UNESCO. De mi experiencia, para contarles algo de lo que vivo, de mi experiencia como maestro durante 27 años en este centro de Las Rozas (Madrid), la Escuela Libre Micael, he constatado que la única posibilidad de crear un acto pedagógico verdadero es cultivando el encuentro, el encuentro humano. El encuentro que aparece a través del mirarse, del sentirse; todos sabemos que en el encuentro entre seres humanos, aparece el lenguaje oculto del destino -¡qué palabra!-.
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Y también en la vida pedagógica, en los encuentros de los destinos de los alumnos con sus maestros se cumple la ley más justa de la creación: la ley del karma. La ley de las consecuencias morales de nuestros actos, por lo que nuestros yoes, encarnados, intentan, al reencontrarse de nuevo en la tierra, cumplir su tarea, previamente acordada, desde luego. Y nosotros, los maestros, en las aulas, tratamos con seres humanos en devenir. Esto no se puede olvidar: son seres humanos que van al futuro, que van a pasar delante de nosotros. Y solamente investigando y comprendiendo su grado de maduración y la cualidad de sus fuerzas de aprendizaje en cada momento, podemos trasladarles de forma correcta la información y los conocimientos que necesitan. Pero también podemos promover la formación cabal que se transformará en las futuras capacidades que tanto van a necesitar en el futuro. Por eso, lo que sobre todo necesitan los niños, de padres y de maestros, son adultos testigos de su tiempo: personas que desde su trabajo personal, desde su búsqueda individual, les den la confianza en ese futuro que muchas veces, fuerzas se ocupan de pintar muy negro. Pero nosotros vemos cada día que el niño es un ser de esperanza, esperanza porque se entrega y va como un dardo al futuro. El niño es ya un hombre en ciernes. Y necesita notar que se le quiere, que se le conoce, que se le aprecia, los niños nos conmueven y llaman la atención siempre. A veces la llaman porque en su querer llegar a ser, nos retan; a veces porque su ternura nos ablanda y nos quita, por cierto, las durezas que se van formando en el alma. Y a veces porque nos damos cuenta de cuánto nos ayudan, cuánto nos enseñan. Y ellos quieren que les reconozcamos, tanto en su parte visible, corporal -siempre tan llamativa y tan bonita-, como en su parte invisible, en su parte potencial, en su núcleo, en su individualidad espiritual, esa individualidad que puja por desarrollar su proyecto vital en esta encarnación en la tierra, y que tendrá que ir desplegándose paulatinamente hasta tomar conciencia de sí mismo. Así que los maestros, conociendo y trabajándonos este proceso evolutivo y madurativo de los niños y de cada niño, les podemos ofrecer, en los años infantiles, que puedan imitarnos, con esa entrega y confianza que les caracteriza, porque es la posibilidad de que puedan religarse a toda la bondad de la creación. En los años escolares, los maestros, presentemos el mundo con entusiasmo, con alegría, que aprendan sintiendo; que aprendan con el sentimiento y acojan la belleza del caudal moral de la herencia cultural a través de los cuentos, de las leyendas, de las fábulas, de los mitos, de las biografías de todos los tiempos. Y que en los cursos de la pubertad y de la adolescencia, los maestros promovamos que con la fuerza de su propio pensar, buscando la verdad, ellos descubran el mundo y el saber científico de nuestros tiempos, para que se hagan responsables. Un maestro sabe que la verdadera tarea, además de la enseñanza, es la formación moral, porque es lo que da la posibilidad de la libertad, para que un día pueda regir su propia vida. Pero previo y simultáneo a su labor educativa, es que el maestro esté inmerso siempre en un camino de autoeducación (y también los padres). Porque si el maestro busca la correcta relación con sus alumnos, a partir de su interés por ellos, desde que atravesó el gran portón del nacimiento, estará en la mejor disposición para hacer su trabajo. Una frase de Rudolf Steiner: “A los maestros. Hay que ser conscientes de que la realidad física es una continuación de la realidad espiritual y, para educar bien, los maestros deberían trabajarse en su interior, para que su ser esté en consonancia con lo que los niños traen del mundo espiritual”.
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Por eso, una de las cosas más importantes es que el maestro, además de hacer todos sus trabajos, piense en los niños, piense en ellos, los recuerde, especialmente por las tardes, por las noches, un ratito, y se deje, contemplando, impregnar de esa luz que traen. Y que a lo mejor nos atrevamos a formular calladamente alguna pregunta profunda: ¿cómo te puedo ayudar? ¿Qué necesitas de mí? Los niños nos piden que nos capacitemos para ser sus guías y orientadores. Pero nos exigen que aprendamos a captar sus verdaderas necesidades. Los niños nos piden que nos capacitemos para saber escuchar y oír ese mensaje oculto, detrás a veces de su vehemencia, de sus desafíos y retos, de su discapacidad, de su distorsionado comportamiento con el que nos encontramos en el aula cada día. Pero ¿cómo aprendo a traspasar esas pantallas de acero, hechas de mi impotencia seguramente, para afrontar la situación que me impide la escucha verdadera de lo que me quiere decir? Nos piden que nos capacitemos para ser probados por lo que podemos y sabemos hacer. La credibilidad de nuestras acciones. ¿Cómo aprendo a ser veraz conmigo y con ellos? La clave está en nuestra auto educación, en el triple esfuerzo diario de su desarrollo personal. Para niños pequeños, el esfuerzo de llegar a ser digno ejemplo de imitar; para los escolares, el esfuerzo de llegar a ser maestro querido, maestro al que poder regalarle la autoridad, y para los adolescentes y jóvenes, el esfuerzo de llegar a ser guía u orientador de confianza. Así que tengo que decirles que nuestra profesión de maestros es la mejor. Es un regalo maravilloso. Al tomar conciencia de nuestro quehacer al lado de seres tan tiernos, nos sentimos vivos, abiertos a los mundos y sobre todo agradecidos. Nos sentimos bendecidos por ellos, que nos han encontrado y que les hemos encontrado; solo entonces los actos pedagógicos estarán penetrados de un profundo sentido moral, irradiará paz, más paz, en sus vidas. Muchas gracias.
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Jorge Carvajal: los frutos de la paz son la libertad y la alegría
La paz es un sentimiento profundo de regocijo. No es un pensamiento, no es una técnica, no es lo que se conquista en un tratado. Generalmente los tratados de paz han sido la imposición de los ganadores sobre los vencidos y se han convertido en trincheras para las nuevas guerras. Cada nuevo tratado de paz originó en unas décadas una nueva guerra. La paz es un sentimiento infinito de regocijo. ¿De dónde viene ese regocijo? De la fluidez, de la flexibilidad, la receptividad y la aceptación. Todo ese complejo lenguaje casi infinito de la paz podíamos ponerlo entre todos y ahora experimentar la paz, contagiarnos la paz, darnos la paz. Si ahora nos abrazamos, seguramente ahora la fisiología de la paz se va a reproducir en nuestras arterias, en nuestras venas, en nuestro cerebro, en el consumo de oxígeno. Porque la paz, como el más virulento de los virus, es afortunadamente tan contagiosa. ¿Cuál es el milagro de que estemos reunidos hoy? No en el desierto del Gobi, no en una caverna en los Himalayas, no en el lugar de los silencios infinitos; sino en este lugar del ruido, de la humanidad, formando un vórtice de conciencia, formando un ojo de huracán; sabiendo que la humanidad, la evolución, la tierra, están hechas de fricciones y contradicciones, y de uniones entre los opuestos. Jamás va a desaparecer la fricción, jamás va a desaparecer el cambio, jamás vamos a dejar de encontrar un lugar en el que los opuestos se reúnen para revelar que son complementarios. Henos aquí de todas las latitudes, de todas las filosofías, de todos los pensamientos, reunidos en silencio; henos aquí entorno de la elocuencia del silencio dándonos esta alegría de encontrar nuestra humanidad; no nuestra humanidad separada –no la humanidad española, o la humanidad vasca o catalana-, sino nuestra humanidad humana, la humanidad negra, la blanca, amarilla, la de los azules y la de los rojos; la de todos los pares de opuestos reunidos en un punto de encuentro que es el punto de la paz. Y la vida es ritmo, y una paz sin alegría no es paz, y una paz hecha de guerra contra la guerra no puede ser pacífica. Y una paz construida de la crítica no puede ser pacífica, y una paz que hacemos desde el orgullo espiritual, desde nuestras creencias o nuestras propias técnicas no puede llamarse paz. Hay paz en la acción, en la oración, en la meditación, en la devoción, en el patriotismo, en tu humanidad… La esencia de nuestra humanidad es la paz. Allí donde te encuentras contigo, allí donde el ser izquierdo se reúne con el derecho; allí donde, como hombre, te reconoces en el eterno canto de tu femenino; allí donde, como mujer, te reconoces en el yan y en la fuerza de la vida que te fecunda; allí donde en el norte descubrimos que la Tierra es redonda y tiene sur, y tiene este y oeste, en la paz, surge la danza de la vida. Y esa paz ha ido recorriendo de tal forma que hace mil años era Atila y los Hunos. Ya no tenemos esclavos, construimos Europa, se derribaron los muros, las cortinas duras, las cortinas blandas, se globalizó la economía, estamos en un proceso de globalización que es una fantasía. Si la globalización no conduce a la homogeneización, sino a un universo cuya fuerza, cuya luz, cuya inteligencia, están hechas de su diversidad; si podemos construir un mundo en el que la diversidad sea nuestra fortaleza y no lo que nos separa, si podemos construir un mundo en que no tomemos partido ni por los unos ni por los otros, sino que encontremos ese punto de paz, ese punto de encuentro donde las fronteras se disuelven, y donde nuestra unicidad, -el hecho de ser únicos como seres humanos- se afirma en nuestra interdependencia; un mundo donde la libertad
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no sea la negación de la individualidad, sino precisamente la afirmación de esa individualidad en el seno de un tejido planetario, de un organismo vivo que es la tierra; un mundo donde comprendamos que esto era Pangea, que esto era físicamente una tierra unida, se separaron los continentes unos de otros, y henos aquí en el camino de regreso hacia la unidad de la conciencia. Un mundo donde nosotros comprendamos la crisis. La crisis es violencia y es violenta. La crisis es un catalizador de la evolución. En esta tierra el oxígeno era un gas terriblemente venenoso y hoy respiramos el oxígeno; aprendimos de esa crisis. En esta tierra el calcio era totalmente tóxico para las células y hoy es la clave de la electricidad que mueve nuestras células. En este sistema solar hay tormentas solares, pero cuando hay tormentas solares cambia el campo electromagnético de tu piel y cambia tu sensibilidad. En el seno de cada una de tus células tú tienes una antena espiral de ADN cuya longitud, si subimos la de todas las células, es de diez mil millones de kilómetros, de tal manera que tu paz, no es una pequeña paz personal; de tal manera que cada una de tus actitudes y de tus pensamientos afecta al cuerpo de la tierra. Tus actos nacen de tus actitudes. Y tus actitudes nacen de tus sentimientos, y tus sentimientos nacen de tus pensamientos; así como piensas en tu corazón, así eres tú. Y si pudiéramos cambiar nuestra forma de pensar, si en un segundo mágico cambiáramos la forma de concebirnos a nosotros mismos, y si pudiéramos comprender que la causa de la guerra sólo es la ignorancia, y que no hay seres humanos malos, sólo seres humanos que ignoran su condición humana, y si pudiéramos, en lugar de atacar la sombra, llevar ese quanto de luz que tenemos en nuestro corazón. Y si dejáramos florecer la buena voluntad; y si ocupáramos nuestro lugar, el lugar que nos corresponde; y si en lugar de la sensiblería de la víctima o de la queja nosotros pudiéramos tener esa sensibilidad humana que se llama responsabilidad; si fuéramos capaces de responder por nosotros, por nuestros pensamientos, por nuestras emociones, por nuestras miradas, por nuestras sonrisas, por nuestros hijos y nuestras ciudades, y nuestra patria, y nuestro entorno; y si de pronto reconociéramos que éste es un universo de correspondencias; que nada está separado de nada, que nada está dividido, y si en ese reconocimiento ingresáramos en el mundo fantástico de la reciprocidad y en ese mundo empezáramos a sembrar, desde el dar lo mejor de nosotros, en la cosecha de nuestros hijos, si pudiéramos comprender que es dando como se recibe, que es dividiéndose como se multiplica, que no es dando limosna, sino dando aquello que somos, como podemos transformar el mundo. Y si renunciáramos a tantas explicaciones y tantas teorías y tantas aplicaciones ciegas y tanto activismo sin sentido y simplemente nos implicáramos; si dejáramos de vivir a la orilla de la vida y nos convirtiéramos en esa corriente intensa, y de pronto pudiéramos acceder al centro y no viéramos un mundo que va a una gran velocidad sino que desde la quietud del centro pudiéramos acceder nosotros mismos a la máxima velocidad, que es la máxima quietud, la de la paz. Si pudiéramos nacer a nuestro corazón y comprender que esto no es un asunto de poesía o de romanticismo. Cuando haces lo que haces de corazón, tu acción tiene sentido y tiene efecto, y te conduce a la realización. Si pudiéramos unir nuestro pensar, nuestro sentir y nuestro actuar para darles coherencia, y en esa coherencia pudiéramos, como cristales, dejar pasar la luz de la creación que está pasando a través de nosotros, y unirnos al gran canto de la creación. Si pudiéramos escuchar en silencio la sinfonía interior, la sinfonía de un dios, que no es un dios ajeno o externo, ni un dios castigador, sino un dios que es luz y amor al interior.
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Si pudiéramos abrazarnos nosotros a esa religión universal del amor, y que el amor pudiera convertirse en nuestra genuina religión; si pudiéramos entrar en el territorio de la pausa para comprender que la pausa es la paz, que la pausa es la madre de todos los ritmos, de todos los sonidos -las palabras, los pensamientos, las acciones… han sido paridos por el silencio- si pudiéramos un día renunciar a lo que nos sobra para reconocer que aquello que nos sobra es precisamente una evidencia de lo que nos falta. Que eso que llamamos nuestra riqueza muchas veces es nuestra mayor pobreza. Si pudiéramos acceder a una visión ya no textual ni dogmática, y nuestra verdad no fuera nuestra pequeña verdad; si uniéramos todas las verdades en ese río fluido de la Verdad; si pudiéramos ir más allá de las orillas de la izquierda o de la derecha por el noble sendero del centro, que es el sendero de nuestra humanidad, y en esa humanidad encontrar la justicia porque la justicia produce el equilibrio social y sin esa justicia y ese equilibrio jamás podríamos tener paz… … Si pudiéramos sentir que somos hermanos porque somos hijos de un solo padre, que la vida es música y este cuerpo es un instrumento, es el templo donde resuena esa música, y pudiéramos hacer de nuevo sagrada la vida, la de nuestras miradas, la de nuestros pies la de nuestros abrazos, la del saludo, la del trabajo… y convertir en la ciencia sublime de la meditación cada uno de los actos de nuestra vida porque en ese acto estamos proyectando el ser al hacer, y estamos salvando la diferencia infinita que hay entre nuestro potencial y nuestra realidad, entre nuestra esencia y nuestra existencia. Si pudiéramos de veras vivir existencialmente y saber que la vida es un proceso de aprendizaje y que aprender es encender un fuego en el corazón y a través de ese fuego del corazón consumirnos y arder para ser fuego en el fuego y agua en el agua y tiempo del tiempo; para saber que esas propiedades del ser no son externas sino que son inherentes a nosotros. Y si pudiéramos un día, con alegría y con humildad, simplemente ser aprendices, y saber que cada otro, que cada ser humano, que cada flor, que cada estrella… es tu maestro. Que en cada abrazo te puedes encender y puedes aprender. Si pudiéramos disfrutar de la mayor de las sabidurías, la de nuestra ignorancia, para entrar en ese sendero sagrado del aprendizaje y de veras vivir. Pero sobre todo, si nos pudiéramos bajar del pedestal del orgullo para ignorar nuestra sabiduría y seguir aprendiendo. Y, por último, si pudiéramos disfrutar y poner la felicidad en la ecuación de la vida, saber que una vida sin alegría no vale la pena vivirse. La alegría, que es la emoción que a través de una corriente de levedad te conduce a la libertad, con responsabilidad e interdependencia, es el fruto de la paz.
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Ramiro Calle: meditar permite aflorar la sabiduría y la cordura
Buenos días, queridos amigos. En realidad, mi intervención podría limitarse a una sola palabra: “medita”. Pero como me ha pedido Joaquín (Tamames) que diera mi punto de vista sobre ese cambio interior que puede conducir a la paz interna, voy a decir algo más que “medita”, aunque hay poco más que decir. El mejor consejo que a mí me dieron nunca es “medita”. Si reflexionamos un poco, queridos amigos, nos damos cuenta de algo que es evidente: Lo que no ha funcionado a lo largo de miles de años, ¿por qué pensamos que tiene ahora que funcionar? Todo está dicho pero nada está hecho. Si el ser humano de hace trescientos mil años viniera, se quedaría espantado al ver cuánto hemos avanzado tecnológicamente y qué poco mental, emocional, espiritualmente. Algo pues está fallando, ¿y qué es lo que falla?, que seguimos utilizando los mismos esquemas, los mismos conceptos, las mismas palabras, para tratar de modificar el mundo, y sin embargo no modificamos nuestra mente. Lo que decía Jesús: ciegos conduciendo a otros ciegos y al final todos se despeñan. Era una vez un niño que se reúne con su padre y le dice: “papá, ¿qué quieres que sea de mayor?, y el papá dice: “que seas un hombre de conocimiento”. Y él dice: “no, papá, no estoy de acuerdo, no quiero ser un hombre de conocimiento, quiero ser un hombre de sabiduría”. El conocimiento no transforma. Las palabras, por mucho que las digamos personas honestas o bienintencionadas, no transforman. El saber libresco no transforma; millones de años de guerra de hostilidad y no nos hemos transformado, seguimos siendo como animales, y no seres humanos. ¿Qué es lo que transforma? La sabiduría. ¿Tú me puedes dar tu sabiduría o yo te puedo dar la mía? No. Tú me puedes pasar información, datos, conceptos; yo te puedo pasar los míos y ahí queda todo. Seguimos empantanados en un amasijo, en un revoltijo de ideas, de opiniones y de conceptos. Yo no te puedo dar mi sabiduría ni tú me puedes dar la tuya porque la sabiduría es algo intransferible, es algo que está dentro de nosotros y que tenemos que conquistar mediante unos métodos, unas enseñanzas, un trabajo interior, para que esa energía preciosa de claridad, de cordura, de paz, eclosione dentro de nosotros.
Contigo o conmigo, más paz. Pero si en tu mente hay guerra y en la mía hay guerra, contigo y conmigo, más guerra. Si en tu mente hay ofuscación, y hay avidez y hay odio, y en la mía también, pues con tus mentes y con las mías, más ofuscación, más codicia, más odio. Lo que urge pues es cambiar la mente. Por eso, medita. Es el mejor consejo que a mí me dieron hace muchos años en la India y que yo trato de llevar hasta aquí. Si no hacemos la paz dentro de nosotros, ¿cómo la vamos a compartir y cómo vamos a ser más paz y a sumar más paz…? Si me levanto esta mañana y discuto con la persona que tengo en casa, y con mis vecinos y con mi portero; si estoy de mal humor, si discuto conmigo mismo, si me dejo llevar, o gobernar, o acarrear por la confusión mental, la avidez, el odio, ¿cómo puedo propagar paz?, ¿cómo puedo sumar paz?
Insisto: si algo urge es cambiar la mente, cambiar todas las tendencias que acarreamos nocivas de nuestra mente y potenciar todas las gemas preciosas que también están en nuestra mente aunque sea en simiente, y que podemos actualizar. Hay cuatro estados preciosos de la mente, tan preciosos que Buda los llamó los cuatro estados sublimes, las santas moradas o estados celestiales. Son el amor incondicional, la generosidad, la alegría compartida -que es el antídoto de la envidia-, y la ecuanimidad, el equilibrio de la mente. Si nos lo proponemos, todos podemos trabajar para desarrollar, potenciar actualizar y desplegar estos cuatro estados sublimes de la mente y, entonces sí, compartirlos con los demás. No nos damos cuenta de que el mundo es la mente, de que todo surge en la mente, de que la mente es la precursora de todos los estados, de que la sociedad es simplemente una suma de mentes. Si en nuestra mente sigue habiendo un lado oscuro siniestro, eso es lo que generaremos; si cada uno transforma la mente, esto es lo que comunicaremos y regalaremos a los demás. ¿Qué es la meditación? Decía Ramana Maharsi que es la mejor contribución que podemos hacer a los seres humanos. Como la vela que, al encenderse, no sólo se da luz a sí misma, sino que también la desparrama a los demás, la meditación es el arte de parar, de ser, de que para que pueda haber un encuentro fecundo con los demás, tiene que haber un encuentro primero fértil con uno mismo. La meditación es despojarnos de lo que no somos para realmente ser. La meditación es ocuparse de uno mismo para poder ocuparse después de los demás. Hay una hermosa historia, una de estas historias espirituales de éstas que he ido recogiendo en cerca de un centenar de viajes a la India. Esta historia es muy significativa. He aquí que la oscuridad estaba perdiendo terreno y deciden poner un pleito a la luz. Y llega el día del juicio. Todos están en la sala menos la oscuridad. Pasan unos minutos, entonces el juez falla a favor de la luz. ¿Qué había sucedido? Por qué la oscuridad no se había presentado en la sala del juicio? Simplemente porque cuando no hay luz hay oscuridad. Pero si la luz está presente, no puede haber oscuridad; la oscuridad estaba esperando fuera de la sala del juicio. Cuando hay los cuatro estados sublimes amor, generosidad, alegría y ecuanimidad, no puede haber ofuscación, avidez ni odio. El trabajo interior consiste en mejorar lo que de mejor haya en nosotros mismos. Y el trabajo interior es un trabajo para ir poco a poco logrando una alquimia interna a través del esfuerzo, de la atención, de la constancia… para pasar a ser como animales a verdaderos seres humanos… ¿Os habéis preguntado alguna vez lo difícil que es haber nacido como ser humano y tener la capacidad de desarrollar la consciencia y el amor? Los tibetanos ponen un ejemplo: imaginaos por un momento en los vastos océanos una argolla; imaginaos por un momento que hay una tortuga que sólo saca la cabeza una vez cada un millón de años, e imaginaos que en el momento que saca la cabeza, la mete directamente en la argolla. Más difícil que eso es haber encontrado una forma humana. Y tenemos que dignificarla creciendo interiormente y poniendo los medios para el crecimiento, el desarrollo y la paz de los demás. Y acabaré simplemente con una frase de Buda porque, efectivamente, todos somos Buda, naturaleza iluminada. Y la frase es: “Hay una ley eterna, y es que nunca el odio puede ser vencido por el odio; el odio sólo puede ser vencido por el amor”. Muchas gracias.
Jayanti: la paz es el aprecio y la posibilidad de trabajar juntos
Buenos días, Om Shanti, un saludo de paz a mis dulces hermanos y hermanas. Este domingo por la mañana ha sido inolvidable. Fundación Ananta ha reunido una música hermosa, líderes que no sólo son líderes sino que son servidores-amigos del mundo, y muchas palabras de sabiduría. Y una oportunidad para que todos reflexionemos internamente. Creo que se está creando una atmósfera de paz que deja una huella de paz en nuestro corazón. Y cada individuo que haya experimentado, aunque sea un momento de paz, se convertirá así en un instrumento para compartir esa paz con el mundo. El mensaje de la espiritualidad para mí es que en todo momento podemos elegir y utilizar nuestra capacidad de elección; pero cuando no utilizamos ese poder de elección que tenemos, nos dejamos llevar por las fuerzas de la negatividad de las circunstancias. Pero cuando hacemos una elección consciente y encendemos esa luz que tenemos en nuestro interior, la luz de nuestra conciencia se esparce por todas partes. La presencia de mi hermano (Ramiro Calle) me ha recordado el preámbulo de la carta de la UNESCO: las guerras se inician en las mentes del ser humano, luego los baluartes de la paz se deben iniciar también en las mentes del ser humano. Podemos tener muchos tratados pero no nos traen la paz. Pero cuando me comprometo conmigo mismo en que voy a crear paz en mi interior, entonces seré capaz, a través de mi paz interior, de llevar la paz al mundo. Un pensamiento de paz no se queda en el pensamiento sólo. Los pensamientos se convierten en mis sentimientos, forman mis actitudes, determinan la cualidad de mis pensamientos y mis palabras, y eso, así, crea las acciones que realizo. Y trabajando juntos, no compitiendo, sino cooperando, nos convertimos en creadores de paz. Hay un pequeño error que hemos cometido durante unos milenios, y es que nos hemos enfocado muchísimo en el mundo fuera y no nos hemos ocupado ni preocupado por mirar en el mundo de nuestro interior. La ciencia y la tecnología son maravillosas y sorprendentes. Pero cuando veo el producto final, eso de enfocarse en el mundo exterior, en el mundo de la materia, veo que simplemente hay consumismo y materialismo. Pero cuando veo que la ciencia y la tecnología se pueden gobernar por la conciencia, con el corazón, entonces veo la posibilidad de un mundo mejor. Sabemos tanto acerca del mundo de la materia… pero ¿cuánto sabemos cada uno de nosotros acerca de nuestro mundo interior? No es una cuestión de leerse las escrituras o de ir a muchas conferencias; llega un momento de ir hacia el interior y reflexionar. Hay una historia de Miguel Ángel hermosa: una mujer dijo que esa escultura de David era realmente hermosa, y él, con la humildad de un genio, respondió: Señora, yo no hice nada, la belleza estaba dentro de esa pieza de mármol; yo simplemente quité los trozos que sobraban. Sé que hay esa belleza, esa verdad, ese espíritu de bondad en el interior de cada uno de nosotros, pero tenemos que hacer un poco de lavado, de limpieza, y cada día tenemos que limpiar.
Cuando estoy dispuesto a hacer este pequeño trabajo –es pequeño, no es un gran trabajo- entonces empiezo a descubrir esas cualidades de belleza y de paz que hay en mi interior. Mahatma Gandhi dijo algo que está profundamente en mi corazón: debo ser el cambio que deseo ver en el mundo. Un mundo en paz no empezará en los gobiernos ni en las naciones sino en mí. Y tengo una elección: ¿qué es lo que quiero en mi interior? Si quiero un jardín hermoso y lleno de belleza, tengo que prestar un poco de atención. El tener una selva de espinas y de hierbas malas no requiere ningún esfuerzo. Si dejáis que vuestro jardín esté sin cuidar durante una semana, un mes, finalmente se convierte en una selva. Pero si le dedicas un poco de atención, un poco de amor, un poco de cuidado… empiezas a crear algo de una gran belleza, Si mis pensamientos hoy están llenos de agresividad y es como si hubiera una selva interna en la que hay odio y violencia, es simplemente porque no he prestado atención a mi interior. Y si utilizo esa capacidad de selección, de elegir, en vez de tener pensamientos negativos, creo pensamientos nobles, pensamientos de paz, pensamientos elevados… entonces iniciaré la creación de un jardín hermoso en mi interior y mis palabras serán elevadas y animarán, inspirarán y fortalecerán a los demás, en vez de decir palabras de crítica y negatividad. Recuerdo una mujer muy sabia me dijo ¿cuántas veces al día dices que no? ¿Y cuántas veces dices que sí? Sin ser una cuestión de principios y de ética donde sé dónde tengo que decir sí y dónde tengo que decir no, el mundo en el que vivimos y del que nos ha hablado nuestro hermano anterior (Antonio Garrigues) acerca del pesimismo, es un mundo en el que hay reacciones y automáticamente decimos que no. Buenos pensamientos significa decir palabras que aporten y que sean constructivas, y nos llevarán a acciones que pueden ser pequeños actos de amabilidad. A veces miro a la gente y, como aquí, veo caras brillantes, pero muchas veces veo gente que ha olvidado cómo sonreír. Y si puedo sonreír a alguien aunque me devuelva una cara seria y volver a sonreír y una tercera vez, aunque no me sonría, finalmente sonreirá. Estamos en un mundo en el que debido a habernos enfocado en lo exterior, nos hemos olvidado que lo esencial, las cosas importantes, no son las cosas que podamos medir ni contar. La paz no está sola, la paz está asociada a muchos otros valores. Si aprendo a mantener mi mente tranquila y mis pensamientos pacíficos, mi mente estará muy clara y seré capaz de ver qué es lo que tengo que hacer y dónde tengo que actuar; y mis acciones llevarán ese poder, esa fuerza, esa energía. La paz no es pasiva, es activa. La paz es el poder que me transforma a mí, a mi mundo y al mundo en general. La paz es la puerta que invita a la posibilidad del amor y de la armonía. La paz es el camino del aprecio, del agradecimiento y de la posibilidad de trabajar juntos. Y finalmente me gustaría terminar con unas palabras de esperanza para el futuro: sé que hay un periodo en el que hay oscuridad, pero la oscuridad no ocurre siempre, porque aunque la noche especialmente en invierno parece muy larga, después de la noche, el día ha de llegar. El final de la noche indica que llega el amanecer e inicia el día.
Creo que lo que estamos viviendo aquí, en esta sala, pero también en muchos otros lugares del mundo, es que está amaneciendo. Si a las once de la noche digo ¿por qué no ha venido el día? Qué pasa, por qué no llega… aunque lo diga no va a llegar. Pero después de media noche, el día va a llegar. Y creo que estamos en ese momento de cambio en el que nuestro pensamiento, nuestro deseo de paz se va a cumplir, creo que la cantidad de gente de tantos lugares y procedencias distintas que están pensando en esta línea, va a dar un cambio en este mundo, y si me permito ver la luz en mi interior, veré la luz en el mundo, permitiré que la luz llegue al mundo también. Muchas gracias, thank you. Om Shanti.
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